jueves, 24 de agosto de 2017

Dignidad por Aristóteles.

La dignidad no consiste en nuestros honores sino en el reconocimiento de merecer lo que tenemos
Aristóteles, (384 adC - 322 adC) filósofo

Cada día pienso en ti.

Tengo los ojos llenos de ti, te veo aun cuando los cierro, mi imaginación logra reproducirte completx y mis anhelos hacen que pueda tocarte, sentirte, besarte... 
¡Tengo mi corazón rebosando de amor por ti! A cada instante de un instante de todos los instantes; te amo. Me extravío en tus ojos, me dejo guiar por tu voz hasta descansar mis labios en un beso profundo que estremece todo mi ser, y me hace salirme de la realidad y regresar y no saber ni donde estoy.
Tengo mi mente rebosando de pensamientos de los cuales eres dueñx. 
Cada instante de un instante de TODOS los instantes; te pienso. Doy un paseo por los recuerdos y los vivo de nuevo.
Una y otra vez.
Mil veces.
Incontables veces me enamoro de ti. 

jueves, 13 de julio de 2017

Amor alado.

Una vez una oruga se enamoró de un unicornio.
El unicornio le decía que jamás lograría tener nada con él; que era literalmente imposible que estuvieran juntos.
La oruga le respondía que sólo le diera una oportunidad para demostrarle lo contrario.
El unicornio accedió sabiendo de antemano que la oruga necesitaba darse un golpe de realidad para darse cuenta que no era posible.
Además de que el unicornio pensaba, ¿Qué haría un ejemplar tan magnífico como él con un gusano como ese?
La oruga cada día acompañaba al unicornio a donde quiera que iba, aunque el unicornio se quejaba por tener que ir más lento a causa de la oruga.
El unicornio deseaba librarse de ella, así que cuando aquella se distraía corría lo más rápido posible para perder de vista a la oruga, o simplemente se escondía para no ser hallado.
La oruga simplemente era persistente, y se quedaba esperando a que el unicornio pasará de nuevo por ahí para reanudar la marcha con él.
La oruga siempre fue paciente; pero un día simplemente no acudió a acompañar al unicornio en su rutina..
El unicornio, aunque le "aborrecía" la compañía de la oruga, la esperó un poco más...
Pero no llegó..
Fastidiado por la espera decidió irse sin ella.
Pero no sólo fue un día, sino que por un tiempo muy largo, la oruga no llegó a acompañarlo.
El unicornio pensó que debería sentirse feliz, él quería desaserse de la oruga. Pero lo invadía una profunda tristeza; al fin y al cabo era su única compañía.
Nadie más se le acercaba más que para admirarlo por su hermosura, pero nunca para intentar conocerlo como había perseverado aquella oruga.
Decidió buscarla en aquél árbol donde se habían visto por primera vez...
Al acercarse vio a un grupo de animales apretujándose al rededor del árbol, donde contemplaban una hojarasca seca y grisácea, de esas que ya han perdido su color y dejándose consumir por el tiempo.
Le pareció algo despreciable, aburrido y una total pérdida de tiempo.
Pero algo no lo dejaba avanzar u apartar la mirada de esa hojarasca, para su asombro, como si aquella cosa repulsiva hubiese sabido lo que pensaba al respecto; se movió.
Fue algo muy leve, pero no fue el unicornio únicamente quien se dio cuenta.
Los demás animales profirieron un alarido de expectación.
Y después, otro movimiento, y otro más... Y otro de nuevo.
Empezó a sacudirse, de poco a mucho.
Hasta que finalmente, se quebró.
Todo al rededor de sumió en silencio y atención total, contemplando una especie de evento extraordinario.
Parecía como si el viejo viento hubiese dejado de soplar su brisa, sólo para que el revolotear de unas grandes y hermosas alas, (que se asomaban por la resquebrajada cáscara), tuvieran su primer debut con estilo y elegancia.
Cediéndoles el puesto de un soplo esplendoroso, necesario para vivir.
De colores orgiásticos, luminosas y sensibles como dos claros de agua limpia que reflejan el sol que los gobierna.
Detrás de ellas, hasta al fondo, una pequeñísima criaturita salió.
Apenas vista, pues ahora estaba irreconocible.
Todos aplaudían y vitoreaban por el esfuerzo de éste nuevo ser, y se preguntaban como se llamaría.
Aquel ser alado, miró en todas direcciones, hasta que sus ojos se fijaron en los del unicornio.
Él se acercó levemente, como no queriendo romper la mágica tela que los envolvía en el nacimiento de tan bella creación.
Los demás animales se dieron cuenta de la presencia del unicornio y le soltaron:
"Vete, que ya tenemos un nuevo rey. Mucho más hermoso y más puro, vete."
El unicornio sabía que sus palabras eran reales, pero no se movió.
Pegado al suelo, y mirando a él.
Todos se quedaron perplejos, pues creían que lo habían herido finalmente, que mostraba signos de debilidad.
Hasta que uno de ellos alzó la voz y gritó: "¡Le da una reverencia al nuevo rey!"
Y juntos, a la par, mostraron sus respetos y fidelidad a la hermosura que en ese día gobernaba el bosque encantado.
"¿Porqué te inclinas, amado mío?"
Entre murmullos, los animales se preguntaban a quien de todos les estaba hablando. E igual de sorprendidos al verlo inclinarse, lo vieron erguirse.
"No acudiste a nuestra cita, y he venido a buscarte."
Otro de los animales los interrumpió: "¡Mientes! Todas las tardes con la única con quien paseas es con esa pobre oruga que no se cansa de tu opulencia o de que seas un desparpajado y un idiota."
El unicornio se alzó aún más, y aquél que se atrevió a hablar calló abruptamente.
Él magnífico ejemplar de unicornio dijo: "Es verdad, y es con quien mismo estoy hablando y a quien ustedes adoran."
Se quedaron de piedra, y esperaron atentos.
"Sí, soy yo, ¿Cómo supiste?"
"El color de tus antenas, la punta es carmesí."
"Pensé que nunca me mirabas, pensé darte asco."
"Vale, es verdad que no le gustan las cosas que se arrastran, y me di cuenta de ello porque cuando me escondía, estaba pendiente en no ver un par de puntitos rojos entre la hierba, buscándome."
"Lo sé, por eso he buscado una forma de ser agradable a tu parecer, me ha dolido, y lamento haberte dejado solo tanto tiempo, pero la bellaza cuesta."
"¿Cómo te llamaremos ahora, su majestad?"
"Como te he amado tanto, dime pues el tuyo, que nunca nadie lo ha escuchado, y después, si te place, ponme el mío."
"Mi mamá me decía Mari, de la misma forma que mi abuela le decía a ella, y a la vez la madre de ésta misma. Y tú siempre has estado a mi lado, aun cuando no he sido justo y ahora no soy digno ni de hablarte, majestad.
Me digno a nombrarte Mariposa.
Como una muestra de cariño, que no te he podido corresponder. Y como referencia a ti, que te has posado en mí, tu ahora fiel sirviente."
Continuará...

miércoles, 21 de junio de 2017

La Última Noche.

Empujé la puerta, y cerré con llave tu viejo cajón.
Mi andar era lento, como marcha fúnebre, hasta la ventana de tu cuarto, donde solíamos abandonarnos en el deseo. Pero ya no estás.
Aun me veo reflejado en el cristal, tocando tus teclas, mis manos marchando en ti, rompiendo el silencio. Yo tocando tu melodía favorita.
Siento que la brisa nunca volverá a pasarse por éstas paredes azules y que me has dejado con una desconocida, llamada Soledad.
Mis ojos siempre han sido secos, áridos.
Mi niñez fue turbia, y nunca pude yo llorar.
Tu mirada era mi gozo. Mi alarde.
Tu caricia llegó en forma de velo. Tu danza era lenta, tanto así que dejaste en el piso tus huellas y tras ellas a un pobre diablo llamado José Alberto.
Él me sigue reclamando tu partida pronta en su eterno ritmo, cada mañana, cuando su mirada me golpea a través del reflejo de mi taza de té.
Añoramos tu regreso, en tu ausencia las flores se marchitaron y el reloj marca la hora cada vez más lento. Haciendo severa nuestra agonía.
Nuestro andar no es el mismo, no damos el paso entero en casa porque los libros abiertos y sin leer abarcan el piso. Todo muestra desasosiego, profundo pesar a no verte más, a que tu risa no inunde la sala de estar.
Las noches, como hoy, son partidarias de la muerte. 
 Los días, pequeñas tumbas recién cavadas.
Y no podemos.
El desgraciado de José Albero me ha abandonado.
Dejando en mi cama sólo el cuerpo y la cara que una vez fueron míos, antes, antes de que mi propio nombre me abandonara y acudiera a tu encuentro.

sábado, 25 de febrero de 2017


Idiotas pero no tan idiotas.

Podremos ser completamente jóvenes e idiotas.
Pero no insensibles.
Cuando dices que odias, nos da exactamente lo mismo.
Sin embargo, cuando lo demuestras, una parte de nosotros se desmorona con ese adiós.
Podremos ser jóvenes e idiotas.
Pero no insensibles.
Podemos oír sin escuchar realmente como nos insultan nuestros mayores, pero al ver a un inocente sufriendo sin causa ¡Qué ira tan grande nos encoleriza! 
Seremos jóvenes e idiotas... pero seguimos humanos.
O simplemente, seguimos.

jueves, 23 de febrero de 2017

6: Ascender.

Sentí el avión despegar, y una sacudida lo secundo. Pero no la normal al alzar el vuelo, sino la mía 
propia, al dejar todo lo que conocía atrás.

Por un momento mi corazón se encogió de pensar que tal vez, sería mejor si me quedara. Pero en ese instante llegaron a mi memoria los gritos desgarrados de Nicolás porque no me fuera… Y yo sabía que mi futuro, definitivamente, no estaba a su lado.

Y tampoco con esa gente que había dejado atrás; no estaba junto a mis padres y tampoco estaba en ese ático donde me recostaba en el suelo de moqueta a llorarle a las estrellas, ciertamente, las estrellas ya habían hecho su parte; ahora yo iba en camino para concretar la mía.

El asiento lo tenía para mí solo, dado que mis padres alegaron que por ser la primera vez en un avión debía hacerlo en 1era clase.

Miré por la ventana y al observar la inmensidad azul que me rodeaba, imaginé que haría si pudiese volar. Me iría muy lejos… ¿Pero a dónde? Tal vez a ese extraño prado que algunas veces llegué a ver en sueños, dónde un pequeño bebé aprendía a caminar…

Saqué un cuaderno de mi mochila y empecé a escribir… bueno, mi mano tenía voluntad propia. No sé por qué, pero a medida que escribía mis ojos dejaban escapar lágrimas… Tal vez escribir fuese mi forma de recordar; tal vez sea una forma de ascender.

Pasado el rato, bueno, las horas… Pedí a una de las azafatas una soda, y bueno, cuándo la ví acercarse con ella, realmente era hermosa esa chica.

Tez blanca como la leche, ojos azulados… claros como el cielo que surcábamos justo ahora, una cascada rubia atada en un (sofocante) chongo… y diablos, unas piernas largas y finas que eran escondidas tras una falda que era parte del uniforme…

-¿Pasa algo?- Alcé la vista hacia una hermosa voz, salida de unos carnosos y perfectos labios rojos que me mantenía aun en esa ensoñación, más arriba se encontraba una nariz chiquita, finita… Y después, esos ojos agua que me tenían embobado…

-¿Te encuentras bien?- Negué con la cabeza, aun sin darme cuenta que debía tener en mi rostro la expresión más idiotamente obvia del mundo; de alguien que está completamente enajenado, fuera de sí…

Sin darme cuenta, posó una de sus finas y frías manos en mi frente, y algo en mí comenzó a acelerarse como nunca había pasado. Creo que mi respiración se des-acompasó, porque pronto su mano cambió de posición y ya tenía sus dos manos en mis mejillas; y ese ángel pálido me miraba preocupado… ¡Y yo como bruto en mi ensoñación aun!

Y ¡PLASH! Me había derramado un vaso con agua en la cabeza. Mi embobamiento cesó y por una vez desde que la ví puse tención a lo que decía.

-¡Perdóname! Estaba asustada y no contestabas, pensé que tenías tal vez una especie de alucinación por el calor.

-No te preocupes…- y seguía ascendiendo en el cielo de sus ojos… - lamento haberte asustado.

-En verdad lo siento, déjame ir por una toalla para secarte.

Desapareció tras la puerta de servicio al final del pasillo, y a la brevedad regresó con una toalla y servilletas.

¿Secarme? Hasta ese momento caí en la cuenta de que, claro, el agua es un líquido… ¡Vaya deducción idiota!

Sin decir palabra, con la toalla en sus manos comenzó a secarme el cabello y poco a poquito descendía hasta mi cuello y hombros. Mi piel parecía ser 100 veces más sensible, sentía los suaves roces de sus dedos al arreglar el cuello de mi camisa, pero mis ojos estaban atentos a sus ojos… ojos que chocaron con los míos y el contacto fue fijo, ninguno apartó la mirada.

Pude escuchar, como quedamente, susurró que bonitos ojos tienes.

-No tanto como los tuyos…

Y su boca se curvaba en una sonrisa tierna… lentamente el contacto de miradas nos acercaba un poquito más… Casi al punto de sentir su nariz chocar contra la mía, no recuerdo si eso fue real, pero en la brevedad nuestros labios apenas tenían unos milímetros separados y… ¡EL CAPITÁN 
DECIDIÓ QUE ERA EL MEJOR MOMENTO PARA ANUNCIAR QUE ESTÁBAMOS POR ATERRIZAR!

Así que, como al despegar, todos debíamos estar sentados y con los cinturones de seguridad puestos, ella se sentó a mi lado.

No sé si eso estaba reglamentariamente permitido, pero a la mierda el puto orden. Ella era mi ley en ese momento.

Tomó el cuaderno que descansaba en mis piernas y se fue hasta la última página, tomó un bolígrafo que descansaba en uno de los bolsillos de su saco y escribió lo que reconocí como una dirección de correo electrónico. Y una nota en la pasta de la libreta que no alcancé a ver que decía. La cerró y me la tendió junto con la pluma.

-Pero no es mía- Ella negó con la cabeza y una sonrisa divertida en sus labios.

-Es algo simbólico.

-¿Qué significa?

-Que nos volveremos a ver, tienes que devolvérmela.


Y sin decir más, el avión aterrizó.

miércoles, 15 de febrero de 2017

5: A medias.

A mis 15 años, estaba tan perdido… Desorientado, aturdido.

No sabía quién era, y por un momento llegué a aceptar el hecho de que lo que me acontecía era normal.

Pensé por un momento que si todo se daba así, tal vez, yo sí era el único que debía amoldarse.

Como quien dice: “Tú te amoldas al mundo, no él a ti”.

Así que volví poco a poco a usar falda, hasta que fue del diario y ya no me sentía raro. Continué en ballet, aprendí a retocarme los ojos con delineador… a maquillarme un poco los labios.

También le fui tomando práctica y resignación al tacto de la mano de Nicolás.

Mis padres estaban más felices con ese cambio, y por fin, parecía que todo iba a ir bien.

Y lo iba; pero no conmigo. Y a pesar de la situación me seguía sintiendo tan fuera de lugar, tan distante, tan atrapado…

¿Alguna vez han soñado que se ven a ustedes mismos hacer algo estúpido o indebido y quieren detenerse pero no pueden? ¿Cómo si fuesen un espectador solamente?

Así me sentía yo, como si todo fuese un montaje de película nada más, pero yo me empeñara en detener el filme… Porque sé que irá mal, que por ese detalle no llegará a ser nominada la película del año; ni yo seré nominado al mejor director.

Pero como siempre, como cada noche antes de irme a dormir, miraba las estrellas y les imploraba por poder cambiar mi panorama.

Una buena noche, entre mis múltiples susurros angustiosos, una estrella me escuchó. Se los juro, una estrella me escuchó. Puesto que, esas estúpidas clases de ballet a las que tanto odiaba, me abrieron paso a una academia de danza en Canadá.

Fue el revuelo del año, mis padres (sobre todo mi madre) estaban extasiados con la noticia, mi familia me elogiaba por mi forma de bailar (aunque a mí no me parecía nada especial) y por un momento dejaron de pensar en mí como el niño raro, el que se comportaba extraño e iba en contra de la naturaleza, sólo me vieron como Charly; Charly a medias.

No me sentía aun así completo, aun no pasaba lo bueno, pero allá iba.
Sin embargo, se presentó una oportunidad única; enserio, como pocas hay. Nicolás era el único desdichado, decía que me iba a gustar demasiado estar allá y que no volvería. Me suplicaba para que no fuera, que el trabajaría y me pagaría la escuela de danza que yo eligiera, pero que no me fuese y lo dejase.

Aun el día de mi partida, me imploró en pleno aeropuerto que no me fuera.

Tomó mi mochila y la colgó en su hombro, me tomó de las manos y me dijo con la voz entrecortada no vayas.

-Tengo que, Nick, ya hablamos de esto.

-¡No! Tú hablaste y déjame decirte que si te vas ahora puedes olvidarte de mí.

-Nicolás no lo hagas más difícil – intenté apretar sus manos pero las apartó con brusquedad- Nick…

-No, elige. ¿Yo o el ballet?

Lo miré fijamente, no había ningún rastro de broma en sus facciones ni en su expresión desencajada. Mi único y gran ex amigo, mi camarada, mi confidente, mi hermano… y en ese momento mi mayor decepción.

Tomé mi mochila que descansaba en su hombro, me la colgué y dando media vuelta me dirigí a tomar mi vuelo sin mirar atrás.

Alcancé a escuchar cómo me gritaba que no le hiciese eso y su pregunta…

-¿Qué acaso no me quieres?

Tomando fuerzas para no quebrarme y gritarle un duro nunca lo hice; me giré y negando levemente con la cabeza susurré un quedo no.


Y continué con mi camino.