Capítulo 1: Cómo se suponía que yo fuese.
Como un sube y baja… Yo jugaba alegre sin saber que era
diferente.
Un niñito jugando a ser súper man, batman, spiderman…
Soñando con ser policía, bombero o un soldado.
Viendo todo a su alrededor como un potencial campo de juegos.
Manchándose los overoles, raspándose las rodillas…
Pero a éste niño nunca lo dejaron divertirse sin antes darle
un sermón sobre que él no debía ser así, que él debía estar quieto y jugar con
muñecas en lugar de ir al barro a ensuciarse.
¿Muñecas? ¿Qué tiene eso de divertido?
A ese pequeño niño también le ponían vestidos rosita y un
coqueto moño en la cabeza.
En vez de jugar fútbol como el resto a él lo metieron a
ballet.
En lugar de casquete corto, él tenía permitido tener los
cabellos largos; aunque él no lo quisiera.
Y una regla de oro, debían gustarle los niños y no las niñas.
¡Paren el carro! ¿QUÉ?
Como lo puedes ver, parece de locos. Pero no, el único loco
era el niño, que no podía hacer todo aquello que le dictaban. Aun intentando
acatar las demás órdenes ésta lo dejaba perplejo, anonadado, con ganas de
correr…
Así es, él nunca pudo elegir; al menos no hasta que creció y
se fue de casa.
Cumplió cada uno de los días de su niñez como se le decía.
Arregladito, perfumado y modosito.
Pero, siempre fue rechazado por los niños, porque él era
raro. Y todo aquello que es diferente, a primera impresión, asusta.
Así que… en un día común de mi niñez, que en ese entonces
cursaba 3ro de Primaria, una pelota impacto contra mi delicado rostro.
Me levanté aturdido por el golpe, intentando reprimir el
llanto que asomaba tratando de salir de mis ojos, yo jugaba con la tierra
haciendo surcos en ella, pero eso se lo llevó la pelota cuando rebotó de mi
rostro hacia el suelo.
Antes de ponerme en pie una mano me fue extendida en señal de
ayuda. Al levantar la mirada con cierta vergüenza por mi semblante débil, mire
a un niño completamente rubio, pálido y con mejillas sonrosadas por el sol que
golpeaba fuertemente contra nuestras nucas. Lo ví con expresión preocupada
pues no apartaba su mirada de mis ojos.
Sin saber muy bien qué hacer ante eso, tomé su mano y en seguida me impulsó
hacia delante.
-Perdón por el golpe, no fue mi intención, yo sólo la pateé y
se desvió- así que de ahí llegó la pelota…
Negué con la cabeza, pues tenía un nudo muy grande en la
garganta por el dolor. Me agaché y recogí mi bolsita de mano del suelo (sí, me
hacían usar bolsa) y me fui corriendo lo más rápido que pude hasta llegar de
nuevo a mi salón de clases y ahí permanecí el resto del receso.
Las clases siguieron su curso normal y al finalizar la
escuela, tomé mi mochila y salí del colegio rápidamente hacia mi casa, a no más
de una cuadra avanzada alguien gritó mi nombre (eso era inusual, nadie me
hablaba por raro). Me di la vuelta y ahí estaba ese niño rubio, corriendo hacia
mí.
-T…Te q-quiero acompañar a tu casa, soy tu nuevo vecino del
frente…- Algo me decía que ya lo había visto antes, pero yo estaba molesto por
el golpe así que ni siquiera volteé a verlo y seguí mi camino, claro que él no
esperó respuesta mía y tomó eso como una invitación para escoltarme.
La escuela no estaba muy lejos de mi casa, pero tampoco
estaba tan cerca. Tenía que caminar tres calles para llegar a la parada del bus
y abordar uno que me dejaba a dos calles de mi casa. Era el primer año que
podía regresar solo a casa, le había rogado tanto a papá y a mamá que
terminaron accediendo.
Camino a la parada aceleré el paso pero el rubio me seguía
como mi sombra, pisándome los talones.
Al subir al bus fue todavía más raro, me hablaba como si me
conociera de toda la vida, como si fuésemos íntimos amigos él y yo.
Al bajar del autobús caminamos en silencio, bueno, yo callado
y el hablando como un perico. Al llegar a nuestra calle yo no me despedí
siquiera, entré directamente a casa y a través de la ventana ví como el daba la
vuelta y se metía en la suya.
Subí a mi habitación y deje mi mochila en el perchero, me
quité el uniforme y lo colgué, me puse el tutu y las zapatillas de ballet. Bajé
y fui directamente a la cocina, me quedaban exactamente 30 minutos para comer
antes de que mi padre me llevara a mis clases de ballet.
Mi padre ya estaba sentado a la mesa y mi madre también, sólo
me esperaban.
Me senté y antes de probar bocado alguno rezamos para
agradecer por los alimentos que Dios había puesto sobre la mesa. Después, al
servirme un poco de puré de papas, mamá hizo el siguiente comentario:
-Veo que el vecino y tú ya son buenos amigos- Cabe mencionar
que por raro no tenía amigos.
-No es mi amigo, sólo regresamos accidentalmente juntos.
-Cariño, está bien que tengas un amigo- mi padre extendió su
mano hacia mí y apretó la mía de forma cariñosa.
-¡Que pesados! No es mi amigo- mi madre me miró con ojos de
pistola y mi padre mostró su semblante serio.
-¡Cuida tu boca! Recuerda que debes mantener tu porte- Y jode
con eso.
Perdí el apetito y pidiendo disculpas, me retiré de la mesa.
Tomé mi mochila y subí al coche a esperar que papá terminara
de comer y me llevase a la estúpida clase de danza.
Después de veinte minutos mi padre salió y puso el coche en
marcha, claro que todo el camino fue sermón tras sermón.
Mi comportamiento, mis modales, mi
carácter, mi postura… bla, bla, bla.