sábado, 25 de febrero de 2017


Idiotas pero no tan idiotas.

Podremos ser completamente jóvenes e idiotas.
Pero no insensibles.
Cuando dices que odias, nos da exactamente lo mismo.
Sin embargo, cuando lo demuestras, una parte de nosotros se desmorona con ese adiós.
Podremos ser jóvenes e idiotas.
Pero no insensibles.
Podemos oír sin escuchar realmente como nos insultan nuestros mayores, pero al ver a un inocente sufriendo sin causa ¡Qué ira tan grande nos encoleriza! 
Seremos jóvenes e idiotas... pero seguimos humanos.
O simplemente, seguimos.

jueves, 23 de febrero de 2017

6: Ascender.

Sentí el avión despegar, y una sacudida lo secundo. Pero no la normal al alzar el vuelo, sino la mía 
propia, al dejar todo lo que conocía atrás.

Por un momento mi corazón se encogió de pensar que tal vez, sería mejor si me quedara. Pero en ese instante llegaron a mi memoria los gritos desgarrados de Nicolás porque no me fuera… Y yo sabía que mi futuro, definitivamente, no estaba a su lado.

Y tampoco con esa gente que había dejado atrás; no estaba junto a mis padres y tampoco estaba en ese ático donde me recostaba en el suelo de moqueta a llorarle a las estrellas, ciertamente, las estrellas ya habían hecho su parte; ahora yo iba en camino para concretar la mía.

El asiento lo tenía para mí solo, dado que mis padres alegaron que por ser la primera vez en un avión debía hacerlo en 1era clase.

Miré por la ventana y al observar la inmensidad azul que me rodeaba, imaginé que haría si pudiese volar. Me iría muy lejos… ¿Pero a dónde? Tal vez a ese extraño prado que algunas veces llegué a ver en sueños, dónde un pequeño bebé aprendía a caminar…

Saqué un cuaderno de mi mochila y empecé a escribir… bueno, mi mano tenía voluntad propia. No sé por qué, pero a medida que escribía mis ojos dejaban escapar lágrimas… Tal vez escribir fuese mi forma de recordar; tal vez sea una forma de ascender.

Pasado el rato, bueno, las horas… Pedí a una de las azafatas una soda, y bueno, cuándo la ví acercarse con ella, realmente era hermosa esa chica.

Tez blanca como la leche, ojos azulados… claros como el cielo que surcábamos justo ahora, una cascada rubia atada en un (sofocante) chongo… y diablos, unas piernas largas y finas que eran escondidas tras una falda que era parte del uniforme…

-¿Pasa algo?- Alcé la vista hacia una hermosa voz, salida de unos carnosos y perfectos labios rojos que me mantenía aun en esa ensoñación, más arriba se encontraba una nariz chiquita, finita… Y después, esos ojos agua que me tenían embobado…

-¿Te encuentras bien?- Negué con la cabeza, aun sin darme cuenta que debía tener en mi rostro la expresión más idiotamente obvia del mundo; de alguien que está completamente enajenado, fuera de sí…

Sin darme cuenta, posó una de sus finas y frías manos en mi frente, y algo en mí comenzó a acelerarse como nunca había pasado. Creo que mi respiración se des-acompasó, porque pronto su mano cambió de posición y ya tenía sus dos manos en mis mejillas; y ese ángel pálido me miraba preocupado… ¡Y yo como bruto en mi ensoñación aun!

Y ¡PLASH! Me había derramado un vaso con agua en la cabeza. Mi embobamiento cesó y por una vez desde que la ví puse tención a lo que decía.

-¡Perdóname! Estaba asustada y no contestabas, pensé que tenías tal vez una especie de alucinación por el calor.

-No te preocupes…- y seguía ascendiendo en el cielo de sus ojos… - lamento haberte asustado.

-En verdad lo siento, déjame ir por una toalla para secarte.

Desapareció tras la puerta de servicio al final del pasillo, y a la brevedad regresó con una toalla y servilletas.

¿Secarme? Hasta ese momento caí en la cuenta de que, claro, el agua es un líquido… ¡Vaya deducción idiota!

Sin decir palabra, con la toalla en sus manos comenzó a secarme el cabello y poco a poquito descendía hasta mi cuello y hombros. Mi piel parecía ser 100 veces más sensible, sentía los suaves roces de sus dedos al arreglar el cuello de mi camisa, pero mis ojos estaban atentos a sus ojos… ojos que chocaron con los míos y el contacto fue fijo, ninguno apartó la mirada.

Pude escuchar, como quedamente, susurró que bonitos ojos tienes.

-No tanto como los tuyos…

Y su boca se curvaba en una sonrisa tierna… lentamente el contacto de miradas nos acercaba un poquito más… Casi al punto de sentir su nariz chocar contra la mía, no recuerdo si eso fue real, pero en la brevedad nuestros labios apenas tenían unos milímetros separados y… ¡EL CAPITÁN 
DECIDIÓ QUE ERA EL MEJOR MOMENTO PARA ANUNCIAR QUE ESTÁBAMOS POR ATERRIZAR!

Así que, como al despegar, todos debíamos estar sentados y con los cinturones de seguridad puestos, ella se sentó a mi lado.

No sé si eso estaba reglamentariamente permitido, pero a la mierda el puto orden. Ella era mi ley en ese momento.

Tomó el cuaderno que descansaba en mis piernas y se fue hasta la última página, tomó un bolígrafo que descansaba en uno de los bolsillos de su saco y escribió lo que reconocí como una dirección de correo electrónico. Y una nota en la pasta de la libreta que no alcancé a ver que decía. La cerró y me la tendió junto con la pluma.

-Pero no es mía- Ella negó con la cabeza y una sonrisa divertida en sus labios.

-Es algo simbólico.

-¿Qué significa?

-Que nos volveremos a ver, tienes que devolvérmela.


Y sin decir más, el avión aterrizó.

miércoles, 15 de febrero de 2017

5: A medias.

A mis 15 años, estaba tan perdido… Desorientado, aturdido.

No sabía quién era, y por un momento llegué a aceptar el hecho de que lo que me acontecía era normal.

Pensé por un momento que si todo se daba así, tal vez, yo sí era el único que debía amoldarse.

Como quien dice: “Tú te amoldas al mundo, no él a ti”.

Así que volví poco a poco a usar falda, hasta que fue del diario y ya no me sentía raro. Continué en ballet, aprendí a retocarme los ojos con delineador… a maquillarme un poco los labios.

También le fui tomando práctica y resignación al tacto de la mano de Nicolás.

Mis padres estaban más felices con ese cambio, y por fin, parecía que todo iba a ir bien.

Y lo iba; pero no conmigo. Y a pesar de la situación me seguía sintiendo tan fuera de lugar, tan distante, tan atrapado…

¿Alguna vez han soñado que se ven a ustedes mismos hacer algo estúpido o indebido y quieren detenerse pero no pueden? ¿Cómo si fuesen un espectador solamente?

Así me sentía yo, como si todo fuese un montaje de película nada más, pero yo me empeñara en detener el filme… Porque sé que irá mal, que por ese detalle no llegará a ser nominada la película del año; ni yo seré nominado al mejor director.

Pero como siempre, como cada noche antes de irme a dormir, miraba las estrellas y les imploraba por poder cambiar mi panorama.

Una buena noche, entre mis múltiples susurros angustiosos, una estrella me escuchó. Se los juro, una estrella me escuchó. Puesto que, esas estúpidas clases de ballet a las que tanto odiaba, me abrieron paso a una academia de danza en Canadá.

Fue el revuelo del año, mis padres (sobre todo mi madre) estaban extasiados con la noticia, mi familia me elogiaba por mi forma de bailar (aunque a mí no me parecía nada especial) y por un momento dejaron de pensar en mí como el niño raro, el que se comportaba extraño e iba en contra de la naturaleza, sólo me vieron como Charly; Charly a medias.

No me sentía aun así completo, aun no pasaba lo bueno, pero allá iba.
Sin embargo, se presentó una oportunidad única; enserio, como pocas hay. Nicolás era el único desdichado, decía que me iba a gustar demasiado estar allá y que no volvería. Me suplicaba para que no fuera, que el trabajaría y me pagaría la escuela de danza que yo eligiera, pero que no me fuese y lo dejase.

Aun el día de mi partida, me imploró en pleno aeropuerto que no me fuera.

Tomó mi mochila y la colgó en su hombro, me tomó de las manos y me dijo con la voz entrecortada no vayas.

-Tengo que, Nick, ya hablamos de esto.

-¡No! Tú hablaste y déjame decirte que si te vas ahora puedes olvidarte de mí.

-Nicolás no lo hagas más difícil – intenté apretar sus manos pero las apartó con brusquedad- Nick…

-No, elige. ¿Yo o el ballet?

Lo miré fijamente, no había ningún rastro de broma en sus facciones ni en su expresión desencajada. Mi único y gran ex amigo, mi camarada, mi confidente, mi hermano… y en ese momento mi mayor decepción.

Tomé mi mochila que descansaba en su hombro, me la colgué y dando media vuelta me dirigí a tomar mi vuelo sin mirar atrás.

Alcancé a escuchar cómo me gritaba que no le hiciese eso y su pregunta…

-¿Qué acaso no me quieres?

Tomando fuerzas para no quebrarme y gritarle un duro nunca lo hice; me giré y negando levemente con la cabeza susurré un quedo no.


Y continué con mi camino.

viernes, 3 de febrero de 2017

                                                        4: El nido del águila.       
Con el tiempo me acostumbré a sentir la mano de Nicolás en mi cintura, o su brazo rodeando mis hombros.
A la gente que nos miraba como si no fuese algo totalmente anormal, sino cualquier cosa, como sí lloviera. Y yo me sentía como un puto arcoíris que tiene la palabra GAY grabada en GRANDE con todo su esplendor.
Joder Nicolás, ¿Por qué yo?
Así me pasé cada día desde mi décimo quinto cumpleaños, con la interrogante marcando cada paso que daba.
Aunque… “salir” con Nicolás era raro e incómodo, mis padres me dieron muchísima más libertad.
Así que, en algunas ocasiones, les decía a mis padres que estaba con Nicolás y a Nicolás le decía que estaba en la biblioteca haciendo algún proyecto, y me iba. Huía de todos, justo a ese lugar maravilloso que encontré unas semanas después de aquel beso mortífero.
Mis clases concluyeron temprano, mis padres no estaban enterados, y Nicolás iba a otro instituto. Así que, aun catatónico por aquella declaración amorosa de parte de mi ex mejor amigo y de aquella muestra de euforia de mis padres, me dirigí sin rumbo alguno.
Sólo quería estar solo, no volver nunca más por aquella calle ni a aquella casa.
Llegué caminando al centro de la ciudad, di unas cuantas vueltas por los alrededores hasta que ví un gran edificio abandonado a mitad de construcción.
Entre los escombros y la basura, vislumbre escaleras en su interior; y con un deseo de aventura que hasta ese momento desconocía, me adentré en él.
Estaba obscuro, olía a orina y muchas otras cosas que no mencionaré por ahora, había grafitis en los muros… Sí, toda una pocilga.
Subí las escaleras (era una chingadera de 5 pisos (a medias cada uno)) hasta el 4to.
Estaba visiblemente más despejado que los inferiores y la luz del sol entraba a raudales por los espacios donde debería haber cristales y por las hendijas del techo.
Me acerqué a la orilla de uno de los ventanales y miré más arriba de donde me encontraba, cerré los ojos e inhalé profundo. Sentí la libertad llamada viento rozar mi cuerpo, mi rostro, mi cabello, mi alma…
Desde entonces, cuando quería privacidad, iba a ese lugar fantabuloso que yo proclamé como MÍO, y nombre El nido del águila.
Porque cuando el águila quiere morir, vuela más alto que nunca, busca un recoveco y muere.

Así yo, cuando quería morirme un rato, ser oveja o pastor por un momento, volaba alto, y más alto hasta llegar a mi nido.
3:El silencio de los caídos.
Al parecer mis malévolos padres sabían acerca de las intenciones ocultas de Nicolás, puesto que nada más entrar a mi casa, mi madre corrió a abrazarme y a saltar emocionada queriendo que se lo contase todo, y mi padre estaba sereno pero sonriente, ¡por fin un pretendiente digno de su hijito! (Cabe decir que era el único).
Como pude y sin ser muy maleducado, me zafé de ellos y corrí a mi habitación alegando que debía estudiar para el regreso a clases. Una vez echado el pestillo a la puerta, lloré como un marica, que es más o menos en lo que me había convertido esa noche tras ser besado por Nicolás.
Aún no sé cómo es que sucedieron las cosas, cómo mierda se dio todo… Estaba mal, ¡estaba horrible! Pero todos estaban contentos, Nicolás no parecía arrepentido en absoluto y mis padres estaban la mar de bien. ¿Qué clase de batracio era para que esto me sucediera a mí? ¿Qué clase de enfermos mentales tenía por “familia”?
Salí de mi habitación y me dirigí sin rumbo alguno por toda la casa, necesitaba un sitio tranquilo donde nadie molestara, donde nadie me buscara… Y subí al ático.
Era una expansión extra de la casa, bastante pequeña, aunque era un desperdicio porque sólo guardábamos unas cuantas cajas con adornos (navideños) en él.  Adornos que por cierto estaban colocados en el jardín justo ahora.
Además de eso, también había un ventanal que ocupaba gran parte del techo. No entiendo aun el puto diseño de la casa, pero hasta arriba teníamos un pequeño (pequeñísimo) domo de cristal; y era éste.
Me recosté en el suelo de moqueta asquerosa,  y por primera vez, le pedí un consejo a las estrellas.
A esos pequeños destellos blancos que observan todo cuanto ocurre desde donde gobiernan.
Supliqué por una familia normal, por poder ser quien en verdad era aunque sea una vez.

 Pero las estrellas sólo me concedieron silencio; ese silencio que se acostumbra hacer cuando alguien muere… El silencio de los caídos.
Un amigo más, un amigo menos.
Como a eso de las ocho, yo estaba en el jardín del frente de mi casa, recostado en el pasto mirando las estrellas. Jugando a ver figuras en ellas, como a unir los puntos. De pronto,  una pelota de futbol rozó suavemente un costado de mi dorso, y ahí estaba de nuevo, junto a mí ese niño rubio.
-¿Quieres jugar?
-No sé jugar futbol.
-Sólo pateas la pelota.
-Mis padres no me dejaran.
-No se los digas…
Levante la mirada hacia él y ví esa suplica grabada en sus ojos. Me levanté y pateé suavemente el balón hacia él; fue la primera vez que elegí hacer algo por cuenta propia.
Y se sintió genial.
-¿Cuál es tu nombre?- Lo miré con duda, como si fuese malo decirlo… Así que se lo dije pero no iba del todo bien.
-Soy Charly, ¿tú eres?
-Nicolás.
Y así fue como conocí y me “asocié” con Nicolás. Digo asociar porque desde esa charla breve no volvimos a estar separados, y yo encontré lo que tantos llaman amigo.
La amistad con aquel rubio me beneficio mucho. Desde entonces ya nadie me molestaba en la escuela,  mis padres me autorizaron jugar futbol (incluso entré al equipo de la escuela) y lo que respecta a mi vestimenta diaria, con el tiempo dejó de ser un vestido para ser reemplazado con jeans, las zapatillas de ballet se mantuvieron, pero también podía usar zapatillas deportivas, en cuanto a mis blusitas con brillitos las usaba de vez en vez, con el tiempo fueron sustituidas por camisas a cuadros o camisetas holgadas a más no poder.
Sé lo que piensan, que egoísta suena eso, como si lo estuviera usando para beneficio mío.
Pero no, estaba con él porque era lindo tener a alguien con quien conversar, pasar el tiempo y que a la vez fuese como un hermano… que no tuve.
Al inicio de nuestra adolescencia fuimos notando esos cambios tan característicos en el cuerpo, esas hormonas embravecidas esperando salir al mundo y esos deseos de conocerlo todo.
Ya no éramos dos niños pateando la pelota, sino dos jóvenes dominando el balón.
 Ya no competíamos en juegos de mesa como “monopolio”, ahora apostábamos jugando con la baraja española.
Jamás dejamos de competir para ver quien corría más lejos, el campeón invicto hasta ese momento siempre fui yo.
Mis padres estaban muy de acuerdo con esa amistad, aunque muy a su pesar yo me estuviera vistiendo y comportando un tanto más masculino. Pero no me dejaron abandonar el ballet.
Hasta ese momento, el pequeño niño que había sido una vez, creyó que todo estaba resuelto. Que nunca más habría disputas entre él y sus padres sobre usar vestido y no pantalones. Ese pequeño engendro pensó que todo estaría bien; pero no fue así.
Desafortunadamente esa amistad (con el tiempo) se fue profundizando, Charly  veía a Nicolás como siempre pero él le miraba con ojos muy distintos a los de antes.
Todo cambió el 2 de Enero de 2006.
Charly cumplía quince años, quince inviernos…
Sus padres le organizaron un pequeño intercambio de palabras y obsequios (fiesta de cumpleaños), Nicolás estaba presente, por supuesto. También estaban en la lista de invitados los familiares más cercanos y algunos compañeros de clase.
A media reunión, Nicolás se acercó a un despistado yo.
-¡Ey! ¿Qué tal te lo pasas?
-Bien, igual que cada año supongo- me encogí de hombros, realmente prefería estar solo ha rodeado de gente que para variar no paraba de mirarme, pues mamá había insistido (obligado, porque ni siquiera me preguntó) a usar un vestido de falda corta, así que mis piernas (trabajadas por largos entrenamientos de futbol) estaban al descubierto.
-¿Quieres ir a dar la vuelta?- dijo mostrándome esa sonrisa cómplice de siempre antes de darnos a la fuga.
-Se darán cuenta, Nick.
-No me lo parece- comentó mientras miraba por sobre mi hombro, seguí su mirada que iba dirigida hacia donde estaban mis padres, conversando con mis tíos, sin prestarme el menor caso.
-Tienes razón, vamos.
Salimos por la puerta de atrás, y caminamos a paso rápido hasta salir de nuestra calle, de ahí aminoramos la marcha.
-¿A dónde iremos?
-Es sorpresa, ahí te daré tu regalo de cumpleaños.
-¡Oye! Hablamos sobre eso, te dije que una hamburguesa bastaría y sobraría.
-Sí pero, ¿Cuándo te he hecho caso?- golpeé su hombro y entre algunas risas de ambos, nos quedamos callados, el silencio con él nunca fue incomodo, al menos no hasta ese momento.
-Estos zapatos me molestan, ojalá me los hubiese cambiado.
-Puedo cargarte- la idea no me pareció del todo mala.
-Vale- se detuvo y agachó, yo salté sobre su espalda y me cargó de caballito – ¡Arre mi fiel corcel!
Y como si fuese sentencia, echó a correr como si no hubiese más día que hoy. Al mirar las casas pasar una tras otra, doblando esquinas y avanzando calles, llegamos a la entrada del parque. Aquel parque donde solíamos jugar cuando éramos más chicos.
Avanzó dentro del pequeño sendero que recorría todo el parque, pasamos junto a los columpios donde competíamos para ver quien llegaba más alto, también pude observar las canchas donde alguna vez tuvimos partidos, aun sentía esas derrotas y saboreaba esas victorias.
En un momento dado, Nicolás se detuvo, y yo capté que debía bajarme. Cuando mis pies tocaron el suelo, me tomó de la mano, haciéndome caminar en dirección a la fuente central. ¿Qué pasaría si alguien nos viera? Es raro ver a dos chicos tomados de la mano, podrían pensar mal.
Al llegar a la pileta de agua, noté que tenía velas flotando en pequeños barquitos dentro de ella. Uno, dos, tres… quince. Volteé buscando a Nicolás con la mirada me topé con el detrás de mí. Me tendió una rosa y sostuvo mi talle, me miraba de una forma profunda, casi hipnótica.
-Charly, me gustas demasiado- y así, sin preguntarme, posó sus labios en los míos.
Sentí mi mundo caer, Nicolás, mi amigo querido, besándome sin más…
No pude hacer nada, mi cuerpo no reaccionaba y él lo tomó como una señal ´para profundizar más aquel beso…

Al separarnos, me tomó de la mano y nos dirigimos de vuelta a casa, sin decir palabra alguna. Y esa vez, el silencio sí que fue incómodo para mí, nada comparado a aquel silencio de antes. Porque ahora sabía que aquel amigo era uno menos.