viernes, 3 de febrero de 2017

                                                        4: El nido del águila.       
Con el tiempo me acostumbré a sentir la mano de Nicolás en mi cintura, o su brazo rodeando mis hombros.
A la gente que nos miraba como si no fuese algo totalmente anormal, sino cualquier cosa, como sí lloviera. Y yo me sentía como un puto arcoíris que tiene la palabra GAY grabada en GRANDE con todo su esplendor.
Joder Nicolás, ¿Por qué yo?
Así me pasé cada día desde mi décimo quinto cumpleaños, con la interrogante marcando cada paso que daba.
Aunque… “salir” con Nicolás era raro e incómodo, mis padres me dieron muchísima más libertad.
Así que, en algunas ocasiones, les decía a mis padres que estaba con Nicolás y a Nicolás le decía que estaba en la biblioteca haciendo algún proyecto, y me iba. Huía de todos, justo a ese lugar maravilloso que encontré unas semanas después de aquel beso mortífero.
Mis clases concluyeron temprano, mis padres no estaban enterados, y Nicolás iba a otro instituto. Así que, aun catatónico por aquella declaración amorosa de parte de mi ex mejor amigo y de aquella muestra de euforia de mis padres, me dirigí sin rumbo alguno.
Sólo quería estar solo, no volver nunca más por aquella calle ni a aquella casa.
Llegué caminando al centro de la ciudad, di unas cuantas vueltas por los alrededores hasta que ví un gran edificio abandonado a mitad de construcción.
Entre los escombros y la basura, vislumbre escaleras en su interior; y con un deseo de aventura que hasta ese momento desconocía, me adentré en él.
Estaba obscuro, olía a orina y muchas otras cosas que no mencionaré por ahora, había grafitis en los muros… Sí, toda una pocilga.
Subí las escaleras (era una chingadera de 5 pisos (a medias cada uno)) hasta el 4to.
Estaba visiblemente más despejado que los inferiores y la luz del sol entraba a raudales por los espacios donde debería haber cristales y por las hendijas del techo.
Me acerqué a la orilla de uno de los ventanales y miré más arriba de donde me encontraba, cerré los ojos e inhalé profundo. Sentí la libertad llamada viento rozar mi cuerpo, mi rostro, mi cabello, mi alma…
Desde entonces, cuando quería privacidad, iba a ese lugar fantabuloso que yo proclamé como MÍO, y nombre El nido del águila.
Porque cuando el águila quiere morir, vuela más alto que nunca, busca un recoveco y muere.

Así yo, cuando quería morirme un rato, ser oveja o pastor por un momento, volaba alto, y más alto hasta llegar a mi nido.

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