viernes, 3 de febrero de 2017

Un amigo más, un amigo menos.
Como a eso de las ocho, yo estaba en el jardín del frente de mi casa, recostado en el pasto mirando las estrellas. Jugando a ver figuras en ellas, como a unir los puntos. De pronto,  una pelota de futbol rozó suavemente un costado de mi dorso, y ahí estaba de nuevo, junto a mí ese niño rubio.
-¿Quieres jugar?
-No sé jugar futbol.
-Sólo pateas la pelota.
-Mis padres no me dejaran.
-No se los digas…
Levante la mirada hacia él y ví esa suplica grabada en sus ojos. Me levanté y pateé suavemente el balón hacia él; fue la primera vez que elegí hacer algo por cuenta propia.
Y se sintió genial.
-¿Cuál es tu nombre?- Lo miré con duda, como si fuese malo decirlo… Así que se lo dije pero no iba del todo bien.
-Soy Charly, ¿tú eres?
-Nicolás.
Y así fue como conocí y me “asocié” con Nicolás. Digo asociar porque desde esa charla breve no volvimos a estar separados, y yo encontré lo que tantos llaman amigo.
La amistad con aquel rubio me beneficio mucho. Desde entonces ya nadie me molestaba en la escuela,  mis padres me autorizaron jugar futbol (incluso entré al equipo de la escuela) y lo que respecta a mi vestimenta diaria, con el tiempo dejó de ser un vestido para ser reemplazado con jeans, las zapatillas de ballet se mantuvieron, pero también podía usar zapatillas deportivas, en cuanto a mis blusitas con brillitos las usaba de vez en vez, con el tiempo fueron sustituidas por camisas a cuadros o camisetas holgadas a más no poder.
Sé lo que piensan, que egoísta suena eso, como si lo estuviera usando para beneficio mío.
Pero no, estaba con él porque era lindo tener a alguien con quien conversar, pasar el tiempo y que a la vez fuese como un hermano… que no tuve.
Al inicio de nuestra adolescencia fuimos notando esos cambios tan característicos en el cuerpo, esas hormonas embravecidas esperando salir al mundo y esos deseos de conocerlo todo.
Ya no éramos dos niños pateando la pelota, sino dos jóvenes dominando el balón.
 Ya no competíamos en juegos de mesa como “monopolio”, ahora apostábamos jugando con la baraja española.
Jamás dejamos de competir para ver quien corría más lejos, el campeón invicto hasta ese momento siempre fui yo.
Mis padres estaban muy de acuerdo con esa amistad, aunque muy a su pesar yo me estuviera vistiendo y comportando un tanto más masculino. Pero no me dejaron abandonar el ballet.
Hasta ese momento, el pequeño niño que había sido una vez, creyó que todo estaba resuelto. Que nunca más habría disputas entre él y sus padres sobre usar vestido y no pantalones. Ese pequeño engendro pensó que todo estaría bien; pero no fue así.
Desafortunadamente esa amistad (con el tiempo) se fue profundizando, Charly  veía a Nicolás como siempre pero él le miraba con ojos muy distintos a los de antes.
Todo cambió el 2 de Enero de 2006.
Charly cumplía quince años, quince inviernos…
Sus padres le organizaron un pequeño intercambio de palabras y obsequios (fiesta de cumpleaños), Nicolás estaba presente, por supuesto. También estaban en la lista de invitados los familiares más cercanos y algunos compañeros de clase.
A media reunión, Nicolás se acercó a un despistado yo.
-¡Ey! ¿Qué tal te lo pasas?
-Bien, igual que cada año supongo- me encogí de hombros, realmente prefería estar solo ha rodeado de gente que para variar no paraba de mirarme, pues mamá había insistido (obligado, porque ni siquiera me preguntó) a usar un vestido de falda corta, así que mis piernas (trabajadas por largos entrenamientos de futbol) estaban al descubierto.
-¿Quieres ir a dar la vuelta?- dijo mostrándome esa sonrisa cómplice de siempre antes de darnos a la fuga.
-Se darán cuenta, Nick.
-No me lo parece- comentó mientras miraba por sobre mi hombro, seguí su mirada que iba dirigida hacia donde estaban mis padres, conversando con mis tíos, sin prestarme el menor caso.
-Tienes razón, vamos.
Salimos por la puerta de atrás, y caminamos a paso rápido hasta salir de nuestra calle, de ahí aminoramos la marcha.
-¿A dónde iremos?
-Es sorpresa, ahí te daré tu regalo de cumpleaños.
-¡Oye! Hablamos sobre eso, te dije que una hamburguesa bastaría y sobraría.
-Sí pero, ¿Cuándo te he hecho caso?- golpeé su hombro y entre algunas risas de ambos, nos quedamos callados, el silencio con él nunca fue incomodo, al menos no hasta ese momento.
-Estos zapatos me molestan, ojalá me los hubiese cambiado.
-Puedo cargarte- la idea no me pareció del todo mala.
-Vale- se detuvo y agachó, yo salté sobre su espalda y me cargó de caballito – ¡Arre mi fiel corcel!
Y como si fuese sentencia, echó a correr como si no hubiese más día que hoy. Al mirar las casas pasar una tras otra, doblando esquinas y avanzando calles, llegamos a la entrada del parque. Aquel parque donde solíamos jugar cuando éramos más chicos.
Avanzó dentro del pequeño sendero que recorría todo el parque, pasamos junto a los columpios donde competíamos para ver quien llegaba más alto, también pude observar las canchas donde alguna vez tuvimos partidos, aun sentía esas derrotas y saboreaba esas victorias.
En un momento dado, Nicolás se detuvo, y yo capté que debía bajarme. Cuando mis pies tocaron el suelo, me tomó de la mano, haciéndome caminar en dirección a la fuente central. ¿Qué pasaría si alguien nos viera? Es raro ver a dos chicos tomados de la mano, podrían pensar mal.
Al llegar a la pileta de agua, noté que tenía velas flotando en pequeños barquitos dentro de ella. Uno, dos, tres… quince. Volteé buscando a Nicolás con la mirada me topé con el detrás de mí. Me tendió una rosa y sostuvo mi talle, me miraba de una forma profunda, casi hipnótica.
-Charly, me gustas demasiado- y así, sin preguntarme, posó sus labios en los míos.
Sentí mi mundo caer, Nicolás, mi amigo querido, besándome sin más…
No pude hacer nada, mi cuerpo no reaccionaba y él lo tomó como una señal ´para profundizar más aquel beso…

Al separarnos, me tomó de la mano y nos dirigimos de vuelta a casa, sin decir palabra alguna. Y esa vez, el silencio sí que fue incómodo para mí, nada comparado a aquel silencio de antes. Porque ahora sabía que aquel amigo era uno menos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario