3:El silencio de los caídos.
Al parecer mis malévolos padres sabían acerca de las
intenciones ocultas de Nicolás, puesto que nada más entrar a mi casa, mi madre
corrió a abrazarme y a saltar emocionada queriendo que se lo contase todo, y mi
padre estaba sereno pero sonriente, ¡por fin un pretendiente digno de su
hijito! (Cabe decir que era el único).
Como pude y sin ser muy maleducado, me zafé de ellos y corrí
a mi habitación alegando que debía estudiar para el regreso a clases. Una vez
echado el pestillo a la puerta, lloré como un marica, que es más o menos en lo
que me había convertido esa noche tras ser besado por Nicolás.
Aún no sé cómo es que sucedieron las cosas, cómo mierda se
dio todo… Estaba mal, ¡estaba horrible! Pero todos estaban contentos, Nicolás
no parecía arrepentido en absoluto y mis padres estaban la mar de bien. ¿Qué
clase de batracio era para que esto me sucediera a mí? ¿Qué clase de enfermos
mentales tenía por “familia”?
Salí de mi habitación y me dirigí sin rumbo alguno por toda
la casa, necesitaba un sitio tranquilo donde nadie molestara, donde nadie me
buscara… Y subí al ático.
Era una expansión extra de la casa, bastante pequeña, aunque
era un desperdicio porque sólo guardábamos unas cuantas cajas con adornos
(navideños) en él. Adornos que por cierto
estaban colocados en el jardín justo ahora.
Además de eso, también había un ventanal que ocupaba gran
parte del techo. No entiendo aun el puto diseño de la casa, pero hasta arriba
teníamos un pequeño (pequeñísimo) domo de cristal; y era éste.
Me recosté en el suelo de moqueta asquerosa, y por primera vez, le pedí un consejo a las
estrellas.
A esos pequeños destellos blancos que observan todo cuanto
ocurre desde donde gobiernan.
Supliqué por una familia normal, por poder ser quien en
verdad era aunque sea una vez.
Pero las estrellas sólo me concedieron
silencio; ese silencio que se acostumbra hacer cuando alguien muere… El
silencio de los caídos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario