La dignidad no consiste en nuestros honores sino en el reconocimiento de merecer lo que tenemos
jueves, 24 de agosto de 2017
Cada día pienso en ti.
Tengo los ojos llenos de ti, te veo aun cuando los cierro, mi imaginación logra reproducirte completx y mis anhelos hacen que pueda tocarte, sentirte, besarte...
¡Tengo mi corazón rebosando de amor por ti! A cada instante de un instante de todos los instantes; te amo. Me extravío en tus ojos, me dejo guiar por tu voz hasta descansar mis labios en un beso profundo que estremece todo mi ser, y me hace salirme de la realidad y regresar y no saber ni donde estoy.
Tengo mi mente rebosando de pensamientos de los cuales eres dueñx.
Cada instante de un instante de TODOS los instantes; te pienso. Doy un paseo por los recuerdos y los vivo de nuevo.
Una y otra vez.
Mil veces.
Incontables veces me enamoro de ti.
jueves, 13 de julio de 2017
Amor alado.
Una vez una oruga se enamoró de un unicornio.
El unicornio le decía que jamás lograría tener nada con él; que era literalmente imposible que estuvieran juntos.
El unicornio le decía que jamás lograría tener nada con él; que era literalmente imposible que estuvieran juntos.
La oruga le respondía que sólo le diera una oportunidad para demostrarle lo contrario.
El unicornio accedió sabiendo de antemano que la oruga necesitaba darse un golpe de realidad para darse cuenta que no era posible.
Además de que el unicornio pensaba, ¿Qué haría un ejemplar tan magnífico como él con un gusano como ese?
Además de que el unicornio pensaba, ¿Qué haría un ejemplar tan magnífico como él con un gusano como ese?
La oruga cada día acompañaba al unicornio a donde quiera que iba, aunque el unicornio se quejaba por tener que ir más lento a causa de la oruga.
El unicornio deseaba librarse de ella, así que cuando aquella se distraía corría lo más rápido posible para perder de vista a la oruga, o simplemente se escondía para no ser hallado.
La oruga simplemente era persistente, y se quedaba esperando a que el unicornio pasará de nuevo por ahí para reanudar la marcha con él.
La oruga siempre fue paciente; pero un día simplemente no acudió a acompañar al unicornio en su rutina..
El unicornio, aunque le "aborrecía" la compañía de la oruga, la esperó un poco más...
Pero no llegó..
El unicornio, aunque le "aborrecía" la compañía de la oruga, la esperó un poco más...
Pero no llegó..
Fastidiado por la espera decidió irse sin ella.
Pero no sólo fue un día, sino que por un tiempo muy largo, la oruga no llegó a acompañarlo.
Pero no sólo fue un día, sino que por un tiempo muy largo, la oruga no llegó a acompañarlo.
El unicornio pensó que debería sentirse feliz, él quería desaserse de la oruga. Pero lo invadía una profunda tristeza; al fin y al cabo era su única compañía.
Nadie más se le acercaba más que para admirarlo por su hermosura, pero nunca para intentar conocerlo como había perseverado aquella oruga.
Nadie más se le acercaba más que para admirarlo por su hermosura, pero nunca para intentar conocerlo como había perseverado aquella oruga.
Decidió buscarla en aquél árbol donde se habían visto por primera vez...
Al acercarse vio a un grupo de animales apretujándose al rededor del árbol, donde contemplaban una hojarasca seca y grisácea, de esas que ya han perdido su color y dejándose consumir por el tiempo.
Le pareció algo despreciable, aburrido y una total pérdida de tiempo.
Pero algo no lo dejaba avanzar u apartar la mirada de esa hojarasca, para su asombro, como si aquella cosa repulsiva hubiese sabido lo que pensaba al respecto; se movió.
Fue algo muy leve, pero no fue el unicornio únicamente quien se dio cuenta.
Los demás animales profirieron un alarido de expectación.
Fue algo muy leve, pero no fue el unicornio únicamente quien se dio cuenta.
Los demás animales profirieron un alarido de expectación.
Y después, otro movimiento, y otro más... Y otro de nuevo.
Empezó a sacudirse, de poco a mucho.
Empezó a sacudirse, de poco a mucho.
Hasta que finalmente, se quebró.
Todo al rededor de sumió en silencio y atención total, contemplando una especie de evento extraordinario.
Parecía como si el viejo viento hubiese dejado de soplar su brisa, sólo para que el revolotear de unas grandes y hermosas alas, (que se asomaban por la resquebrajada cáscara), tuvieran su primer debut con estilo y elegancia.
Cediéndoles el puesto de un soplo esplendoroso, necesario para vivir.
Parecía como si el viejo viento hubiese dejado de soplar su brisa, sólo para que el revolotear de unas grandes y hermosas alas, (que se asomaban por la resquebrajada cáscara), tuvieran su primer debut con estilo y elegancia.
Cediéndoles el puesto de un soplo esplendoroso, necesario para vivir.
De colores orgiásticos, luminosas y sensibles como dos claros de agua limpia que reflejan el sol que los gobierna.
Detrás de ellas, hasta al fondo, una pequeñísima criaturita salió.
Apenas vista, pues ahora estaba irreconocible.
Todos aplaudían y vitoreaban por el esfuerzo de éste nuevo ser, y se preguntaban como se llamaría.
Apenas vista, pues ahora estaba irreconocible.
Todos aplaudían y vitoreaban por el esfuerzo de éste nuevo ser, y se preguntaban como se llamaría.
Aquel ser alado, miró en todas direcciones, hasta que sus ojos se fijaron en los del unicornio.
Él se acercó levemente, como no queriendo romper la mágica tela que los envolvía en el nacimiento de tan bella creación.
Los demás animales se dieron cuenta de la presencia del unicornio y le soltaron:
"Vete, que ya tenemos un nuevo rey. Mucho más hermoso y más puro, vete."
El unicornio sabía que sus palabras eran reales, pero no se movió.
Pegado al suelo, y mirando a él.
Todos se quedaron perplejos, pues creían que lo habían herido finalmente, que mostraba signos de debilidad.
Hasta que uno de ellos alzó la voz y gritó: "¡Le da una reverencia al nuevo rey!"
Hasta que uno de ellos alzó la voz y gritó: "¡Le da una reverencia al nuevo rey!"
Y juntos, a la par, mostraron sus respetos y fidelidad a la hermosura que en ese día gobernaba el bosque encantado.
"¿Porqué te inclinas, amado mío?"
Entre murmullos, los animales se preguntaban a quien de todos les estaba hablando. E igual de sorprendidos al verlo inclinarse, lo vieron erguirse.
"No acudiste a nuestra cita, y he venido a buscarte."
Otro de los animales los interrumpió: "¡Mientes! Todas las tardes con la única con quien paseas es con esa pobre oruga que no se cansa de tu opulencia o de que seas un desparpajado y un idiota."
El unicornio se alzó aún más, y aquél que se atrevió a hablar calló abruptamente.
Él magnífico ejemplar de unicornio dijo: "Es verdad, y es con quien mismo estoy hablando y a quien ustedes adoran."
Él magnífico ejemplar de unicornio dijo: "Es verdad, y es con quien mismo estoy hablando y a quien ustedes adoran."
Se quedaron de piedra, y esperaron atentos.
"Sí, soy yo, ¿Cómo supiste?"
"El color de tus antenas, la punta es carmesí."
"Pensé que nunca me mirabas, pensé darte asco."
"Vale, es verdad que no le gustan las cosas que se arrastran, y me di cuenta de ello porque cuando me escondía, estaba pendiente en no ver un par de puntitos rojos entre la hierba, buscándome."
"Lo sé, por eso he buscado una forma de ser agradable a tu parecer, me ha dolido, y lamento haberte dejado solo tanto tiempo, pero la bellaza cuesta."
"¿Cómo te llamaremos ahora, su majestad?"
"Como te he amado tanto, dime pues el tuyo, que nunca nadie lo ha escuchado, y después, si te place, ponme el mío."
"Mi mamá me decía Mari, de la misma forma que mi abuela le decía a ella, y a la vez la madre de ésta misma. Y tú siempre has estado a mi lado, aun cuando no he sido justo y ahora no soy digno ni de hablarte, majestad.
Me digno a nombrarte Mariposa.
Como una muestra de cariño, que no te he podido corresponder. Y como referencia a ti, que te has posado en mí, tu ahora fiel sirviente."
Me digno a nombrarte Mariposa.
Como una muestra de cariño, que no te he podido corresponder. Y como referencia a ti, que te has posado en mí, tu ahora fiel sirviente."
Continuará...
miércoles, 21 de junio de 2017
La Última Noche.
Empujé la puerta, y cerré con llave tu viejo cajón.
Mi andar era lento, como marcha fúnebre, hasta la ventana de tu cuarto, donde solíamos abandonarnos en el deseo. Pero ya no estás.
Aun me veo reflejado en el cristal, tocando tus teclas, mis manos marchando en ti, rompiendo el silencio. Yo tocando tu melodía favorita.
Siento que la brisa nunca volverá a pasarse por éstas paredes azules y que me has dejado con una desconocida, llamada Soledad.
Mis ojos siempre han sido secos, áridos.
Mi niñez fue turbia, y nunca pude yo llorar.
Tu mirada era mi gozo. Mi alarde.
Tu caricia llegó en forma de velo. Tu danza era lenta, tanto así que dejaste en el piso tus huellas y tras ellas a un pobre diablo llamado José Alberto.
Él me sigue reclamando tu partida pronta en su eterno ritmo, cada mañana, cuando su mirada me golpea a través del reflejo de mi taza de té.
Añoramos tu regreso, en tu ausencia las flores se marchitaron y el reloj marca la hora cada vez más lento. Haciendo severa nuestra agonía.
Nuestro andar no es el mismo, no damos el paso entero en casa porque los libros abiertos y sin leer abarcan el piso. Todo muestra desasosiego, profundo pesar a no verte más, a que tu risa no inunde la sala de estar.
Las noches, como hoy, son partidarias de la muerte.
Los días, pequeñas tumbas recién cavadas.
Y no podemos.
El desgraciado de José Albero me ha abandonado.
Dejando en mi cama sólo el cuerpo y la cara que una vez fueron míos, antes, antes de que mi propio nombre me abandonara y acudiera a tu encuentro.
sábado, 25 de febrero de 2017
Idiotas pero no tan idiotas.
Podremos ser completamente jóvenes e idiotas.
Pero no insensibles.
Cuando dices que odias, nos da exactamente lo mismo.
Sin embargo, cuando lo demuestras, una parte de nosotros se desmorona con ese adiós.
Podremos ser jóvenes e idiotas.
Pero no insensibles.
Podemos oír sin escuchar realmente como nos insultan nuestros mayores, pero al ver a un inocente sufriendo sin causa ¡Qué ira tan grande nos encoleriza!
Seremos jóvenes e idiotas... pero seguimos humanos.
O simplemente, seguimos.
jueves, 23 de febrero de 2017
6: Ascender.
Sentí el avión despegar, y una sacudida lo secundo. Pero no
la normal al alzar el vuelo, sino la mía
propia, al dejar todo lo que conocía
atrás.
Por un momento mi corazón se encogió de pensar que tal vez,
sería mejor si me quedara. Pero en ese instante llegaron a mi memoria los
gritos desgarrados de Nicolás porque no me fuera… Y yo sabía que mi futuro,
definitivamente, no estaba a su lado.
Y tampoco con esa gente que había dejado atrás; no estaba
junto a mis padres y tampoco estaba en ese ático donde me recostaba en el suelo
de moqueta a llorarle a las estrellas, ciertamente, las estrellas ya habían
hecho su parte; ahora yo iba en camino para concretar la mía.
El asiento lo tenía para mí solo, dado que mis padres alegaron
que por ser la primera vez en un avión debía hacerlo en 1era clase.
Miré por la ventana y al observar la inmensidad azul que me
rodeaba, imaginé que haría si pudiese volar. Me iría muy lejos… ¿Pero a dónde?
Tal vez a ese extraño prado que algunas veces llegué a ver en sueños, dónde un
pequeño bebé aprendía a caminar…
Saqué un cuaderno de mi mochila y empecé a escribir… bueno,
mi mano tenía voluntad propia. No sé por qué, pero a medida que escribía mis
ojos dejaban escapar lágrimas… Tal vez escribir fuese mi forma de recordar; tal
vez sea una forma de ascender.
Pasado el rato, bueno, las horas… Pedí a una de las azafatas
una soda, y bueno, cuándo la ví acercarse con ella, realmente era hermosa esa
chica.
Tez blanca como la leche, ojos azulados… claros como el cielo
que surcábamos justo ahora, una cascada rubia atada en un (sofocante) chongo… y
diablos, unas piernas largas y finas que eran escondidas tras una falda que era
parte del uniforme…
-¿Pasa algo?- Alcé la vista hacia una hermosa voz, salida de
unos carnosos y perfectos labios rojos que me mantenía aun en esa ensoñación,
más arriba se encontraba una nariz chiquita, finita… Y después, esos ojos agua
que me tenían embobado…
-¿Te encuentras bien?- Negué con la cabeza, aun sin darme
cuenta que debía tener en mi rostro la expresión más idiotamente obvia del
mundo; de alguien que está completamente enajenado, fuera de sí…
Sin darme cuenta, posó una de sus finas y frías manos en mi
frente, y algo en mí comenzó a acelerarse como nunca había pasado. Creo que mi
respiración se des-acompasó, porque pronto su mano cambió de posición y ya
tenía sus dos manos en mis mejillas; y ese ángel pálido me miraba preocupado…
¡Y yo como bruto en mi ensoñación aun!
Y ¡PLASH! Me había derramado un vaso con agua en la cabeza.
Mi embobamiento cesó y por una vez desde que la ví puse tención a lo que decía.
-¡Perdóname! Estaba asustada y no contestabas, pensé que
tenías tal vez una especie de alucinación por el calor.
-No te preocupes…- y seguía ascendiendo en el cielo de sus
ojos… - lamento haberte asustado.
-En verdad lo siento, déjame ir por una toalla para secarte.
Desapareció tras la puerta de servicio al final del pasillo,
y a la brevedad regresó con una toalla y servilletas.
¿Secarme? Hasta ese momento caí en la cuenta de que, claro,
el agua es un líquido… ¡Vaya deducción idiota!
Sin decir palabra, con la toalla en sus manos comenzó a
secarme el cabello y poco a poquito descendía hasta mi cuello y hombros. Mi
piel parecía ser 100 veces más sensible, sentía los suaves roces de sus dedos
al arreglar el cuello de mi camisa, pero mis ojos estaban atentos a sus ojos…
ojos que chocaron con los míos y el contacto fue fijo, ninguno apartó la
mirada.
Pude escuchar, como quedamente, susurró que bonitos ojos tienes.
-No tanto como los tuyos…
Y su boca se curvaba en una sonrisa tierna… lentamente el
contacto de miradas nos acercaba un poquito más… Casi al punto de sentir su
nariz chocar contra la mía, no recuerdo si eso fue real, pero en la brevedad
nuestros labios apenas tenían unos milímetros separados y… ¡EL CAPITÁN
DECIDIÓ
QUE ERA EL MEJOR MOMENTO PARA ANUNCIAR QUE ESTÁBAMOS POR ATERRIZAR!
Así que, como al despegar, todos debíamos estar sentados y
con los cinturones de seguridad puestos, ella se sentó a mi lado.
No sé si eso estaba reglamentariamente permitido, pero a la
mierda el puto orden. Ella era mi ley en ese momento.
Tomó el cuaderno que descansaba en mis piernas y se fue hasta
la última página, tomó un bolígrafo que descansaba en uno de los bolsillos de
su saco y escribió lo que reconocí como una dirección de correo electrónico. Y
una nota en la pasta de la libreta que no alcancé a ver que decía. La cerró y
me la tendió junto con la pluma.
-Pero no es mía- Ella negó con la cabeza y una sonrisa
divertida en sus labios.
-Es algo simbólico.
-¿Qué significa?
-Que nos volveremos a ver, tienes que devolvérmela.
Y sin decir más, el avión aterrizó.
miércoles, 15 de febrero de 2017
5: A medias.
A mis 15 años, estaba tan perdido… Desorientado, aturdido.
No sabía quién era, y por un momento llegué a aceptar el
hecho de que lo que me acontecía era normal.
Pensé por un momento que si todo se daba así, tal vez, yo sí
era el único que debía amoldarse.
Como quien dice: “Tú te amoldas al mundo, no él a ti”.
Así que volví poco a poco a usar falda, hasta que fue del
diario y ya no me sentía raro. Continué en ballet, aprendí a retocarme los ojos
con delineador… a maquillarme un poco los labios.
También le fui tomando práctica y resignación al tacto de la
mano de Nicolás.
Mis padres estaban más felices con ese cambio, y por fin,
parecía que todo iba a ir bien.
Y lo iba; pero no conmigo. Y a pesar de la situación me
seguía sintiendo tan fuera de lugar, tan distante, tan atrapado…
¿Alguna vez han soñado que se ven a ustedes mismos hacer algo
estúpido o indebido y quieren detenerse pero no pueden? ¿Cómo si fuesen un
espectador solamente?
Así me sentía yo, como si todo fuese un montaje de película
nada más, pero yo me empeñara en detener el filme… Porque sé que irá mal, que
por ese detalle no llegará a ser nominada la película del año; ni yo seré
nominado al mejor director.
Pero como siempre, como cada noche antes de irme a dormir,
miraba las estrellas y les imploraba por poder cambiar mi panorama.
Una buena noche, entre mis múltiples susurros angustiosos, una
estrella me escuchó. Se los juro, una estrella me escuchó. Puesto que, esas estúpidas clases de ballet a las que
tanto odiaba, me abrieron paso a una academia de danza en Canadá.
Fue el revuelo del año, mis padres (sobre todo mi madre)
estaban extasiados con la noticia, mi familia me elogiaba por mi forma de
bailar (aunque a mí no me parecía nada especial) y por un momento dejaron de
pensar en mí como el niño raro, el que se comportaba extraño e iba en contra de
la naturaleza, sólo me vieron como Charly; Charly a medias.
No me sentía aun así completo, aun no pasaba lo bueno, pero
allá iba.
Sin embargo, se presentó una oportunidad única; enserio, como
pocas hay. Nicolás era el único desdichado, decía que me iba a gustar demasiado
estar allá y que no volvería. Me suplicaba para que no fuera, que el trabajaría
y me pagaría la escuela de danza que yo eligiera, pero que no me fuese y lo
dejase.
Aun el día de mi partida, me imploró en pleno aeropuerto que
no me fuera.
Tomó mi mochila y la colgó en su hombro, me tomó de las manos
y me dijo con la voz entrecortada no vayas.
-Tengo que, Nick, ya hablamos de esto.
-¡No! Tú hablaste y déjame decirte que si te vas ahora puedes
olvidarte de mí.
-Nicolás no lo hagas más difícil – intenté apretar sus manos
pero las apartó con brusquedad- Nick…
-No, elige. ¿Yo o el ballet?
Lo miré fijamente, no había ningún rastro de broma en sus
facciones ni en su expresión desencajada. Mi único y gran ex amigo, mi
camarada, mi confidente, mi hermano… y en ese momento mi mayor decepción.
Tomé mi mochila que descansaba en su hombro, me la colgué y
dando media vuelta me dirigí a tomar mi vuelo sin mirar atrás.
Alcancé a escuchar cómo me gritaba que no le hiciese eso y su
pregunta…
-¿Qué acaso no me quieres?
Tomando fuerzas para no quebrarme y gritarle un duro nunca
lo hice; me giré y negando levemente con la cabeza susurré un quedo no.
Y continué con mi camino.
viernes, 3 de febrero de 2017
4:
El nido del águila.
Con el tiempo me acostumbré a sentir la mano de Nicolás en mi
cintura, o su brazo rodeando mis hombros.
A la gente que nos miraba como si no fuese algo totalmente
anormal, sino cualquier cosa, como sí lloviera. Y yo me sentía como un puto arcoíris
que tiene la palabra GAY grabada en GRANDE con todo su esplendor.
Joder Nicolás, ¿Por qué yo?
Así me pasé cada día desde mi décimo quinto cumpleaños, con
la interrogante marcando cada paso que daba.
Aunque… “salir” con Nicolás era raro e incómodo, mis padres
me dieron muchísima más libertad.
Así que, en algunas ocasiones, les decía a mis padres que
estaba con Nicolás y a Nicolás le decía que estaba en la biblioteca haciendo
algún proyecto, y me iba. Huía de todos, justo a ese lugar maravilloso que
encontré unas semanas después de aquel beso mortífero.
Mis clases concluyeron temprano, mis padres no estaban
enterados, y Nicolás iba a otro instituto. Así que, aun catatónico por aquella
declaración amorosa de parte de mi ex mejor amigo y de aquella muestra de
euforia de mis padres, me dirigí sin rumbo alguno.
Sólo quería estar solo, no volver nunca más por aquella calle
ni a aquella casa.
Llegué caminando al centro de la ciudad, di unas cuantas
vueltas por los alrededores hasta que ví un gran edificio abandonado a mitad de
construcción.
Entre los escombros y la basura, vislumbre escaleras en su
interior; y con un deseo de aventura que hasta ese momento desconocía, me
adentré en él.
Estaba obscuro, olía a orina y muchas otras cosas que no
mencionaré por ahora, había grafitis en los muros… Sí, toda una pocilga.
Subí las escaleras (era una chingadera de 5 pisos (a medias
cada uno)) hasta el 4to.
Estaba visiblemente más despejado que los inferiores y la luz
del sol entraba a raudales por los espacios donde debería haber cristales y por
las hendijas del techo.
Me acerqué a la orilla de uno de los ventanales y miré más
arriba de donde me encontraba, cerré los ojos e inhalé profundo. Sentí la
libertad llamada viento rozar mi cuerpo,
mi rostro, mi cabello, mi alma…
Desde entonces, cuando quería privacidad, iba a ese lugar
fantabuloso que yo proclamé como MÍO, y nombre El nido del águila.
Porque cuando el águila quiere morir, vuela más alto que
nunca, busca un recoveco y muere.
Así yo, cuando quería morirme un rato, ser oveja o pastor por
un momento, volaba alto, y más alto hasta llegar a mi nido.
3:El silencio de los caídos.
Al parecer mis malévolos padres sabían acerca de las
intenciones ocultas de Nicolás, puesto que nada más entrar a mi casa, mi madre
corrió a abrazarme y a saltar emocionada queriendo que se lo contase todo, y mi
padre estaba sereno pero sonriente, ¡por fin un pretendiente digno de su
hijito! (Cabe decir que era el único).
Como pude y sin ser muy maleducado, me zafé de ellos y corrí
a mi habitación alegando que debía estudiar para el regreso a clases. Una vez
echado el pestillo a la puerta, lloré como un marica, que es más o menos en lo
que me había convertido esa noche tras ser besado por Nicolás.
Aún no sé cómo es que sucedieron las cosas, cómo mierda se
dio todo… Estaba mal, ¡estaba horrible! Pero todos estaban contentos, Nicolás
no parecía arrepentido en absoluto y mis padres estaban la mar de bien. ¿Qué
clase de batracio era para que esto me sucediera a mí? ¿Qué clase de enfermos
mentales tenía por “familia”?
Salí de mi habitación y me dirigí sin rumbo alguno por toda
la casa, necesitaba un sitio tranquilo donde nadie molestara, donde nadie me
buscara… Y subí al ático.
Era una expansión extra de la casa, bastante pequeña, aunque
era un desperdicio porque sólo guardábamos unas cuantas cajas con adornos
(navideños) en él. Adornos que por cierto
estaban colocados en el jardín justo ahora.
Además de eso, también había un ventanal que ocupaba gran
parte del techo. No entiendo aun el puto diseño de la casa, pero hasta arriba
teníamos un pequeño (pequeñísimo) domo de cristal; y era éste.
Me recosté en el suelo de moqueta asquerosa, y por primera vez, le pedí un consejo a las
estrellas.
A esos pequeños destellos blancos que observan todo cuanto
ocurre desde donde gobiernan.
Supliqué por una familia normal, por poder ser quien en
verdad era aunque sea una vez.
Pero las estrellas sólo me concedieron
silencio; ese silencio que se acostumbra hacer cuando alguien muere… El
silencio de los caídos.
Un amigo más, un amigo menos.
Como a eso de las ocho, yo estaba en el jardín del frente de
mi casa, recostado en el pasto mirando las estrellas. Jugando a ver figuras en
ellas, como a unir los puntos. De pronto,
una pelota de futbol rozó suavemente un costado de mi dorso, y ahí estaba
de nuevo, junto a mí ese niño rubio.
-¿Quieres jugar?
-No sé jugar futbol.
-Sólo pateas la pelota.
-Mis padres no me dejaran.
-No se los digas…
Levante la mirada hacia él y ví esa suplica grabada en sus
ojos. Me levanté y pateé suavemente el balón hacia él; fue la primera vez que
elegí hacer algo por cuenta propia.
Y se sintió genial.
-¿Cuál es tu nombre?- Lo miré con duda, como si fuese malo
decirlo… Así que se lo dije pero no iba del todo bien.
-Soy Charly, ¿tú eres?
-Nicolás.
Y así fue como conocí y me “asocié” con Nicolás. Digo asociar
porque desde esa charla breve no volvimos a estar separados, y yo encontré lo
que tantos llaman amigo.
La amistad con aquel rubio me beneficio mucho. Desde entonces
ya nadie me molestaba en la escuela, mis
padres me autorizaron jugar futbol (incluso entré al equipo de la escuela) y lo
que respecta a mi vestimenta diaria, con el tiempo dejó de ser un vestido para
ser reemplazado con jeans, las zapatillas de ballet se mantuvieron, pero
también podía usar zapatillas deportivas, en cuanto a mis blusitas con
brillitos las usaba de vez en vez, con el tiempo fueron sustituidas por camisas
a cuadros o camisetas holgadas a más no poder.
Sé lo que piensan, que egoísta suena eso, como si lo
estuviera usando para beneficio mío.
Pero no, estaba con él porque era lindo tener a alguien con
quien conversar, pasar el tiempo y que a la vez fuese como un hermano… que no
tuve.
Al inicio de nuestra adolescencia fuimos notando esos cambios
tan característicos en el cuerpo, esas hormonas embravecidas esperando salir al
mundo y esos deseos de conocerlo todo.
Ya no éramos dos niños pateando la pelota, sino dos jóvenes
dominando el balón.
Ya no competíamos en
juegos de mesa como “monopolio”, ahora apostábamos jugando con la baraja
española.
Jamás dejamos de competir para ver quien corría más lejos, el
campeón invicto hasta ese momento siempre fui yo.
Mis padres estaban muy de acuerdo con esa amistad, aunque muy
a su pesar yo me estuviera vistiendo y comportando un tanto más masculino. Pero
no me dejaron abandonar el ballet.
Hasta ese momento, el pequeño niño que había sido una vez,
creyó que todo estaba resuelto. Que nunca más habría disputas entre él y sus
padres sobre usar vestido y no pantalones. Ese pequeño engendro pensó que todo
estaría bien; pero no fue así.
Desafortunadamente esa amistad (con el tiempo) se fue
profundizando, Charly veía a Nicolás
como siempre pero él le miraba con ojos muy distintos a los de antes.
Todo cambió el 2 de Enero de 2006.
Charly cumplía quince años, quince inviernos…
Sus padres le organizaron un pequeño intercambio de palabras
y obsequios (fiesta de cumpleaños), Nicolás estaba presente, por supuesto. También
estaban en la lista de invitados los familiares más cercanos y algunos
compañeros de clase.
A media reunión, Nicolás se acercó a un despistado yo.
-¡Ey! ¿Qué tal te lo pasas?
-Bien, igual que cada año supongo- me encogí de hombros,
realmente prefería estar solo ha rodeado de gente que para variar no paraba de
mirarme, pues mamá había insistido (obligado, porque ni siquiera me preguntó) a
usar un vestido de falda corta, así que mis piernas (trabajadas por largos
entrenamientos de futbol) estaban al descubierto.
-¿Quieres ir a dar la vuelta?- dijo mostrándome esa sonrisa
cómplice de siempre antes de darnos a la fuga.
-Se darán cuenta, Nick.
-No me lo parece- comentó mientras miraba por sobre mi
hombro, seguí su mirada que iba dirigida hacia donde estaban mis padres,
conversando con mis tíos, sin prestarme el menor caso.
-Tienes razón, vamos.
Salimos por la puerta de atrás, y caminamos a paso rápido
hasta salir de nuestra calle, de ahí aminoramos la marcha.
-¿A dónde iremos?
-Es sorpresa, ahí te daré tu regalo de cumpleaños.
-¡Oye! Hablamos sobre eso, te dije que una hamburguesa
bastaría y sobraría.
-Sí pero, ¿Cuándo te he hecho caso?- golpeé su hombro y entre
algunas risas de ambos, nos quedamos callados, el silencio con él nunca fue
incomodo, al menos no hasta ese momento.
-Estos zapatos me molestan, ojalá me los hubiese cambiado.
-Puedo cargarte- la idea no me pareció del todo mala.
-Vale- se detuvo y agachó, yo salté sobre su espalda y me
cargó de caballito – ¡Arre mi fiel corcel!
Y como si fuese sentencia, echó a correr como si no hubiese
más día que hoy. Al mirar las casas pasar una tras otra, doblando esquinas y
avanzando calles, llegamos a la entrada del parque. Aquel parque donde solíamos
jugar cuando éramos más chicos.
Avanzó dentro del pequeño sendero que recorría todo el
parque, pasamos junto a los columpios donde competíamos para ver quien llegaba
más alto, también pude observar las canchas donde alguna vez tuvimos partidos,
aun sentía esas derrotas y saboreaba esas victorias.
En un momento dado, Nicolás se detuvo, y yo capté que debía
bajarme. Cuando mis pies tocaron el suelo, me tomó de la mano, haciéndome
caminar en dirección a la fuente central. ¿Qué pasaría si alguien nos viera? Es
raro ver a dos chicos tomados de la mano, podrían pensar mal.
Al llegar a la pileta de agua, noté que tenía velas flotando
en pequeños barquitos dentro de ella. Uno, dos, tres… quince. Volteé buscando a
Nicolás con la mirada me topé con el detrás de mí. Me tendió una rosa y sostuvo
mi talle, me miraba de una forma profunda, casi hipnótica.
-Charly, me gustas demasiado- y así, sin preguntarme, posó
sus labios en los míos.
Sentí mi mundo caer, Nicolás, mi amigo querido, besándome sin
más…
No pude hacer nada, mi cuerpo no reaccionaba y él lo tomó
como una señal ´para profundizar más aquel beso…
Al separarnos, me tomó de la mano y
nos dirigimos de vuelta a casa, sin decir palabra alguna. Y esa vez, el
silencio sí que fue incómodo para mí, nada comparado a aquel silencio de antes.
Porque ahora sabía que aquel amigo era uno menos.
domingo, 29 de enero de 2017
Capítulo 1: Cómo se suponía que yo fuese.
Como un sube y baja… Yo jugaba alegre sin saber que era
diferente.
Un niñito jugando a ser súper man, batman, spiderman…
Soñando con ser policía, bombero o un soldado.
Viendo todo a su alrededor como un potencial campo de juegos.
Manchándose los overoles, raspándose las rodillas…
Pero a éste niño nunca lo dejaron divertirse sin antes darle
un sermón sobre que él no debía ser así, que él debía estar quieto y jugar con
muñecas en lugar de ir al barro a ensuciarse.
¿Muñecas? ¿Qué tiene eso de divertido?
A ese pequeño niño también le ponían vestidos rosita y un
coqueto moño en la cabeza.
En vez de jugar fútbol como el resto a él lo metieron a
ballet.
En lugar de casquete corto, él tenía permitido tener los
cabellos largos; aunque él no lo quisiera.
Y una regla de oro, debían gustarle los niños y no las niñas.
¡Paren el carro! ¿QUÉ?
Como lo puedes ver, parece de locos. Pero no, el único loco
era el niño, que no podía hacer todo aquello que le dictaban. Aun intentando
acatar las demás órdenes ésta lo dejaba perplejo, anonadado, con ganas de
correr…
Así es, él nunca pudo elegir; al menos no hasta que creció y
se fue de casa.
Cumplió cada uno de los días de su niñez como se le decía.
Arregladito, perfumado y modosito.
Pero, siempre fue rechazado por los niños, porque él era
raro. Y todo aquello que es diferente, a primera impresión, asusta.
Así que… en un día común de mi niñez, que en ese entonces
cursaba 3ro de Primaria, una pelota impacto contra mi delicado rostro.
Me levanté aturdido por el golpe, intentando reprimir el
llanto que asomaba tratando de salir de mis ojos, yo jugaba con la tierra
haciendo surcos en ella, pero eso se lo llevó la pelota cuando rebotó de mi
rostro hacia el suelo.
Antes de ponerme en pie una mano me fue extendida en señal de
ayuda. Al levantar la mirada con cierta vergüenza por mi semblante débil, mire
a un niño completamente rubio, pálido y con mejillas sonrosadas por el sol que
golpeaba fuertemente contra nuestras nucas. Lo ví con expresión preocupada
pues no apartaba su mirada de mis ojos.
Sin saber muy bien qué hacer ante eso, tomé su mano y en seguida me impulsó
hacia delante.
-Perdón por el golpe, no fue mi intención, yo sólo la pateé y
se desvió- así que de ahí llegó la pelota…
Negué con la cabeza, pues tenía un nudo muy grande en la
garganta por el dolor. Me agaché y recogí mi bolsita de mano del suelo (sí, me
hacían usar bolsa) y me fui corriendo lo más rápido que pude hasta llegar de
nuevo a mi salón de clases y ahí permanecí el resto del receso.
Las clases siguieron su curso normal y al finalizar la
escuela, tomé mi mochila y salí del colegio rápidamente hacia mi casa, a no más
de una cuadra avanzada alguien gritó mi nombre (eso era inusual, nadie me
hablaba por raro). Me di la vuelta y ahí estaba ese niño rubio, corriendo hacia
mí.
-T…Te q-quiero acompañar a tu casa, soy tu nuevo vecino del
frente…- Algo me decía que ya lo había visto antes, pero yo estaba molesto por
el golpe así que ni siquiera volteé a verlo y seguí mi camino, claro que él no
esperó respuesta mía y tomó eso como una invitación para escoltarme.
La escuela no estaba muy lejos de mi casa, pero tampoco
estaba tan cerca. Tenía que caminar tres calles para llegar a la parada del bus
y abordar uno que me dejaba a dos calles de mi casa. Era el primer año que
podía regresar solo a casa, le había rogado tanto a papá y a mamá que
terminaron accediendo.
Camino a la parada aceleré el paso pero el rubio me seguía
como mi sombra, pisándome los talones.
Al subir al bus fue todavía más raro, me hablaba como si me
conociera de toda la vida, como si fuésemos íntimos amigos él y yo.
Al bajar del autobús caminamos en silencio, bueno, yo callado
y el hablando como un perico. Al llegar a nuestra calle yo no me despedí
siquiera, entré directamente a casa y a través de la ventana ví como el daba la
vuelta y se metía en la suya.
Subí a mi habitación y deje mi mochila en el perchero, me
quité el uniforme y lo colgué, me puse el tutu y las zapatillas de ballet. Bajé
y fui directamente a la cocina, me quedaban exactamente 30 minutos para comer
antes de que mi padre me llevara a mis clases de ballet.
Mi padre ya estaba sentado a la mesa y mi madre también, sólo
me esperaban.
Me senté y antes de probar bocado alguno rezamos para
agradecer por los alimentos que Dios había puesto sobre la mesa. Después, al
servirme un poco de puré de papas, mamá hizo el siguiente comentario:
-Veo que el vecino y tú ya son buenos amigos- Cabe mencionar
que por raro no tenía amigos.
-No es mi amigo, sólo regresamos accidentalmente juntos.
-Cariño, está bien que tengas un amigo- mi padre extendió su
mano hacia mí y apretó la mía de forma cariñosa.
-¡Que pesados! No es mi amigo- mi madre me miró con ojos de
pistola y mi padre mostró su semblante serio.
-¡Cuida tu boca! Recuerda que debes mantener tu porte- Y jode
con eso.
Perdí el apetito y pidiendo disculpas, me retiré de la mesa.
Tomé mi mochila y subí al coche a esperar que papá terminara
de comer y me llevase a la estúpida clase de danza.
Después de veinte minutos mi padre salió y puso el coche en
marcha, claro que todo el camino fue sermón tras sermón.
Mi comportamiento, mis modales, mi
carácter, mi postura… bla, bla, bla.
sábado, 21 de enero de 2017
Mi Predilecto Yo: Despierto despierto con el cantar de un ruiseñor q...
Mi Predilecto Yo: Despierto despierto con el cantar de un ruiseñor q...: Despierto despierto con el cantar de un ruiseñor que revolotea fuera de mi ventana. Tras el cristal observo los verdes campos de las prade...
Despierto despierto con el cantar de un ruiseñor que revolotea fuera de mi ventana. Tras el cristal observo los verdes campos de las praderas, aquellos donde solía correr cuando era un niño; explorando el mundo, viviendo paso a paso. Siempre sostenido de la mano de papá o de las faldas de mamá. Haciéndome el solitario, por las noches de mi juventud tras ésta misma ventana, observaba las nubes que tapaban las estrellas y cuando de disipaban, cerrando los ojos les pedía respuestas. Sobre cualquier cosa, pero quería respuestas más allá de las que se podían encontrar en los libros o en las bocas ajenas. Quería volar, y no pisar tierra nunca más...
- El tren que iba y venía.
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