miércoles, 15 de febrero de 2017

5: A medias.

A mis 15 años, estaba tan perdido… Desorientado, aturdido.

No sabía quién era, y por un momento llegué a aceptar el hecho de que lo que me acontecía era normal.

Pensé por un momento que si todo se daba así, tal vez, yo sí era el único que debía amoldarse.

Como quien dice: “Tú te amoldas al mundo, no él a ti”.

Así que volví poco a poco a usar falda, hasta que fue del diario y ya no me sentía raro. Continué en ballet, aprendí a retocarme los ojos con delineador… a maquillarme un poco los labios.

También le fui tomando práctica y resignación al tacto de la mano de Nicolás.

Mis padres estaban más felices con ese cambio, y por fin, parecía que todo iba a ir bien.

Y lo iba; pero no conmigo. Y a pesar de la situación me seguía sintiendo tan fuera de lugar, tan distante, tan atrapado…

¿Alguna vez han soñado que se ven a ustedes mismos hacer algo estúpido o indebido y quieren detenerse pero no pueden? ¿Cómo si fuesen un espectador solamente?

Así me sentía yo, como si todo fuese un montaje de película nada más, pero yo me empeñara en detener el filme… Porque sé que irá mal, que por ese detalle no llegará a ser nominada la película del año; ni yo seré nominado al mejor director.

Pero como siempre, como cada noche antes de irme a dormir, miraba las estrellas y les imploraba por poder cambiar mi panorama.

Una buena noche, entre mis múltiples susurros angustiosos, una estrella me escuchó. Se los juro, una estrella me escuchó. Puesto que, esas estúpidas clases de ballet a las que tanto odiaba, me abrieron paso a una academia de danza en Canadá.

Fue el revuelo del año, mis padres (sobre todo mi madre) estaban extasiados con la noticia, mi familia me elogiaba por mi forma de bailar (aunque a mí no me parecía nada especial) y por un momento dejaron de pensar en mí como el niño raro, el que se comportaba extraño e iba en contra de la naturaleza, sólo me vieron como Charly; Charly a medias.

No me sentía aun así completo, aun no pasaba lo bueno, pero allá iba.
Sin embargo, se presentó una oportunidad única; enserio, como pocas hay. Nicolás era el único desdichado, decía que me iba a gustar demasiado estar allá y que no volvería. Me suplicaba para que no fuera, que el trabajaría y me pagaría la escuela de danza que yo eligiera, pero que no me fuese y lo dejase.

Aun el día de mi partida, me imploró en pleno aeropuerto que no me fuera.

Tomó mi mochila y la colgó en su hombro, me tomó de las manos y me dijo con la voz entrecortada no vayas.

-Tengo que, Nick, ya hablamos de esto.

-¡No! Tú hablaste y déjame decirte que si te vas ahora puedes olvidarte de mí.

-Nicolás no lo hagas más difícil – intenté apretar sus manos pero las apartó con brusquedad- Nick…

-No, elige. ¿Yo o el ballet?

Lo miré fijamente, no había ningún rastro de broma en sus facciones ni en su expresión desencajada. Mi único y gran ex amigo, mi camarada, mi confidente, mi hermano… y en ese momento mi mayor decepción.

Tomé mi mochila que descansaba en su hombro, me la colgué y dando media vuelta me dirigí a tomar mi vuelo sin mirar atrás.

Alcancé a escuchar cómo me gritaba que no le hiciese eso y su pregunta…

-¿Qué acaso no me quieres?

Tomando fuerzas para no quebrarme y gritarle un duro nunca lo hice; me giré y negando levemente con la cabeza susurré un quedo no.


Y continué con mi camino.

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